jueves, 22 de septiembre de 2011

ELISEO VERÓN * EL CUERPO REENCONTRADO



ELISEO VERÓN *

El cuerpo reencontrado


Si el sujeto se estructura en el interior de la red discursiva, lo hace a varios niveles. ¿Cuáles son esos niveles? Aquí interviene nuevamente un tercer término. En efecto, si el “pensamiento ternario” que ya evocamos con los nombres de Frege y Peirce, permite recuperar el problema de la construcción de lo real, eliminado por la bidimensionalidad del modelo saussureano de signo, juega también un papel capital en la conceptualización de los niveles de funcionamiento a través de los cuales se construye el sujeto en el seno de la semiosis.

El punto de partida de esta conceptualización lo encontramos en la célebre trilogía peirciana del ícono, el índice y el símbolo; recordemos que esta categorización interviene cuando se trata de considerar los signos en su relación con sus objetos.[1] En el interior de la Terceridad que es el orden del sentido, de la “representación”, el ícono es un primero, el índice un segundo y el símbolo un tercero. El tercer término que aquí reintroducimos es sin duda el índice, que corresponde a un modo de funcionamiento olvidado durante mucho tiempo: la reflexión sobre los signos y la comunicación fue dominada por otro binarismo, que consiste en distinguir por un lado los fenómenos propiamente lingüísticos (en la terminología de Peirce, el orden del símbolo) y, por el otro... todo el resto. Este binarismo fue consagrado en “teoría de la información” por la distinción entre “códigos digitales” (cuyo lenguaje es el ejemplo más acabado) y “códigos analógicos”, los primeros constituidos por unidades discretas y combinables, teniendo los segundos, como soporte, una materia significante continua, es decir, que no presenta articulaciones entre unidades claramente diferenciadas una de otras (como por ejemplo todas las especies de imágenes).

Desde hace mucho tiempo se acostumbra oponer lo arbitrario de los signos lingüísticos al carácter “no arbitrario” (o “motivado”) que funda los fenómenos icónicos: la palabra “mesa” no se parece al objeto que designa; mientras que la fotografía de un gato no lo sería si no hubiera una semejanza entre el “referente” y su representación. Ahora bien, el interés de los procesos indiciales es no corresponder ni a una ni a otra de esas dos categorías; el humo es con certeza un índice no arbitrario del fuego, pero no se le parece.[2]

“(Un índice es) un signo... que remite a su objeto no tanto porque tenga alguna semejanza o analogía con él, ni porque se lo asocie con los caracteres generales que posee, cuanto porque está en conexión dinámica (comprendida allí la espacial) con el objeto individual, por un lado, y con los sentidos o la memoria de la persona para quien sirve como signo, por el otro.”[3] “Los índices se pueden distinguir de los otros signos... por tres rasgos característicos: en primer lugar, no tienen ninguna semejanza significante con sus objetos; en segundo lugar, remiten a individuos, unidades singulares, colecciones singulares de unidades, o de continuos singulares; en tercer lugar, llaman la atención sobre sus objetos por impulso ciego.”[4]

Dos campos fundamentales de la discursi-vidad pueden entonces ser tratados a partir de la noción de funcionamiento indicial: los comportamientos sociales en su dimensión interaccional, y las estructuraciones de los espacios sociales, incluyendo entre éstos a los “sistemas de objetos”; constituyendo la articulación entre ambos campos la mate-rialidad significante de la semiosis social.

Si el puño cerrado agitado de una manera amenazante puede significar, por un mecanismo indicial, la agresión posible, ello es así porque el acto de cerrar el puño es un fragmento de una secuencia conductal de ataque, que ha sido extraída de la secuencia para significarla.

Peirce hablaba a este propósito de lazo existencial entre el signo y su objeto. El nivel de funcionamiento indicial es una red compleja de reenvíos sometida a la regla metonímica de la contigüidad: parte/ todo; aproximación/alejamiento; dentro/fuera; delante/detrás; centro/ periferia; etcétera. El pivote de este funcionamiento, que llamaré la capa metonímica de producción de sentido, es el cuerpo significante.[5] El cuerpo es el operador fundamental de esta tipología del contacto, cuya primera estructuración corresponde a las fases iniciales de lo que Piaget llamaba el período sensomotriz, anterior al lenguaje.[6]

Podemos comprender mejor la naturaleza y el funcionamiento de esta capa metonímica de producción de sentido con el auxilio de la distinción entre simetría y complementaridad, propuesta por Gregory Bateson. Una de las primeras formulaciones de esta distinción data de 1935, un año antes de la publicación de su célebre obra sobre los Iatmul.[7] Fue introducida en relación con problemas ajenos a la cuestión del cuerpo significante: se trataba de describir tipos de diferenciación social entre grupos en el interior de una sociedad. Esta diferenciación opera según un principio de simetría cuando las respuestas de un grupo B a los comportamientos X, Y, Z de otro grupo A son del mismo tipo: X, Y, Z. En otras palabras, a un comportamiento dado se responde con una secuencia del mismo comportamiento. Por ejemplo, se responde a la agresión con agresión, a una oferta se responde con otra oferta. El principio de diferenciación se puede llamar complementario cuando ciertas conductas desencadenan, como respuestas, conductas de naturaleza diferente pero que tienen con las primeras un enlace específico de correspondencia. Sobre este último principio reposan, como Bateson mismo lo señaló más tarde al generalizar estas nociones, las relaciones que se describen inevitablemente en parejas de términos tales como: dominación / dependencia; sadismo / masoquismo; exhibicionismo / voyeurismo; etcétera... En un artículo de 1949 en el que Bateson retomaba la distinción simetría/complementaridad a propósito de una descripción de la cultura balinesa, remarcaba de paso: “Es interesante notar que todos los modos asociados con las zonas erógenas, por más que no sean claramente cuantificables, definen temas que conciernen a las relaciones de complemen-taridad”.[8] En un trabajo de 1964, Bateson enumera toda una serie de fenómenos que ilustran las “estructuras complementarias de interacción”. En primer lugar, “todos los temas asociados con las zonas erógenas —intrusión, invasión, exclusión, eyección, retención y así sucesivamente— son complementarios”. En segundo lugar, “podemos añadir los temas relacionados con la locomoción y la mecánica corporal —soporte, equilibrio, levantarse y caer, control, alcanzar (reach), asir (grasp), etcétera. . . (. ..) Una tercera categoría de temas complementarios contiene aquellos que se asocian a los órganos de los sentidos y a la percepción —comprender, ignorar, prestar atención (attending), etcétera... (...) Cuando el perro para sus orejas, no está simplemente mejorando su percepción sensorial, sino que también está trasmitiendo un enunciado (statement) relativo a la orientación de su atención y que, en las relaciones entre perros, se convierte también en un enunciado de autoafirmación (self‑confidence) frente al otro individuo (.. .). Para finalizar, hay dos temas importantes de interacción complementaria, tan estrechamente ligados entre sí que es mejor mencionarlos juntos: se trata de la relación progenitor/niño y del territorio. Ni uno ni otro son separables de los otros tres tipos; los temas de las relaciones progenitor/niño están sin duda alguna estrechamente ligados con los temas relativos a las zonas erógenas, y los temas del territorio quizá debieran entenderse considerando el territorio como una extensión del cuerpo (...). En suma, concentraremos la atención en el cuerpo y las relaciones progenitor/ niño como fuentes primarias donde posiblemente encuentre sus orígenes todo comportamiento”.[9]
La capa metonímica de producción de sentido tiene inicialmente la forma de una red intercorporal de lazos de complementaridad. Esta red está constituida por reenvíos cuya economía reposa en la regla de la contigüidad: el sentido de la conducta de demanda del niño se produce como reenvío a la conducta alimentadora o protectora de la madre (así como el sentido del comportamiento exhibicionista, por el que un cuerpo se muestra, se realiza en la mirada de otro cuerpo). Tenemos frente a nosotros un sistema de deslizamientos intercorporales, dinamizado por las pulsiones.

En su forma inicial, la red de unidades intercorporales complementarias permanece estrechamente ligada a situaciones específicas, definidas por el ritmo de las necesidades corporales y su satisfacción.

Se podría decir que en este estadio el tejido es compacto y relativamente rígido: pero a partir de un cierto momento comienza a funcionar una regla de similaridad, y la red de los cuerpos actuantes se vuelve multidimensional. En efecto, la regla de similaridad implica necesariamente un principio de equivalencia, que permita comparaciones y por lo tanto sustituciones. Entonces un mismo fragmento de conducta adquiere valores significantes en el seno de una multiplicidad de secuencias de comportamiento diferentes. Cada unidad de conducta pierde de este modo su univocidad “orgánica” inicial y deviene el “lugar de paso” de una pluralidad cada vez más compleja de reenvíos metonímicos. La regla de similaridad/no similaridad, cuando entra en composición con la regla de contigüidad, se puede describir como una especie de operador que produce una desagregación de la red de los cuerpos actuantes, que trasforma la superficie inicial de unidades complementarias en un espacio multidimensional. De este modo, fragmentos de conducta se desprenden parcialmente en el interior de la red, siendo portadores, al mismo tiempo, de significaciones cada vez más complejas: cada uno de ellos se convierte en eslabón de un número cada vez mayor de cadenas metonímicas. Se podría también decir que la puesta en práctica de un principio de equivalencia, aplicado a la materia metonímica de los cuerpos actuantes, pone en marcha el funcionamiento de un proceso de abstracción y hace así posible la estructuración de niveles parcialmente diferenciados. Se aprecia con claridad que el efecto de un operador de equivalencia por similaridad/no similaridad no es, en principio, el de neutralizar la regla metonímica sino , por el contrario, el de multiplicar el poder significante de esta última, haciendo posible la manifestación, en un espacio multidimen-sional, de los encadenamientos de la contigüidad.

El problema así planteado es el de los operadores que pueden investir la materia significante de los cuerpos actuantes; y es a esta cuestión que Bateson (bajo otra forma y enunciándola con otros conceptos) vuelve una y otra vez a lo largo de sus escritos. La posibilidad de que un mismo fragmento de conducta pertenezca a una multiplicidad de cadenas metonímicas diversas supone la existencia de por lo menos dos niveles “lógicos”; implica la posibilidad mínima de identificar clases de comportamientos y clases de situaciones. Dicho en otras palabras, hay que postular que tanto la información propioceptiva cuanto la información exteroceptiva son tratadas por el organismo en, por lo menos, dos niveles diferentes. Una diferenciación tal no tiene nada que ver con una “conciencia subjetiva”, porque parece deber postularse para dar cuenta de procesos de aprendizaje en niveles infrahumanos.[10] Ahora bien, este funcionamiento implica una discriminación entre la conducta a cumplir (la “tarea” aprendida o a aprender) y la situación (el “contexto” dice Bateson), en la cual la conducta tiene lugar. De esta manera se hace posible transferir un mismo tipo de comportamiento a situaciones nuevas; y al revés, reconocer una clase de situaciones en relación con la cual es posible desplegar comportamientos diferentes. Los lazos metonímicos entre las conductas y su contexto y los que ligan entre sí los fragmentos de acción están así sometidos a un proceso de abstracción y generalización.[11]

El tejido intercorporal se torna así multidimen-sional, en la medida en que se multiplican y entrecruzan las secuencias de comportamiento, un fragmento cualquiera de conducta siendo el punto de pasaje de varias cadenas comportamentales. Si hablamos de un tejido multidimensional, es para subrayar que la materia significante de que se trata no es en absoluto lineal. El trabajo de “socialización” de la materia significante de los cuerpos producirá como resultado una linealización (a excepción de los casos de fracaso total —psicosis—o parcial —neurosis—), linealización que consiste en trasformar la red metonímica intercorporal en un conjunto ordenado de secuencias fijas de actividades socialmente aceptables. Esto supone operadores lingüís-ticos en funcionamiento.

Ahora bien, estos operadores se deben injertar en una materia significante cuyas propiedades son muy especiales. En su artículo citado de 1964, Bateson ya había tratado de enumerar dichas propiedades; las podemos recordar aquí con la ayuda de un trabajo de François Bresson.[12]

El tejido intercorporal no contiene, en sí mismo, huellas que permitan distinguir entre, por un lado, los operadores, y por otro lado los elementos sobre los cuales se efectúan las operaciones. Dicho en otros términos, resulta imposible constituir en el interior de la red de cuerpos actuantes reenvíos que recaigan sobre reenvíos. Como lo subraya Bresson, sólo la lengua “conserva la huella de las operaciones que la constituyeron”, lo que supone la linealidad . “Esta linealidad en el lenguaje es la condición necesaria para que las marcas de operaciones puedan ser definidas con la indicación de su extensión.”[13] En el caso de la imagen, siempre resulta posible definir un trayecto que instaura una linealidad de “lectura”, lo que lleva a “transcribir un sistema espacial con dos grados de libertad, en un espacio lineal con un grado de libertad”.[14] La materia significante de los cuerpos actuantes es un espacio con n grados de libertad.

Por lo tanto, en el interior de esta capa metoní-mica de producción de sentido no existe negación posible; tampoco es posible introducir modalizaciones. [15]

La diferencia crucial entre la materia significante de los cuerpos actuantes y los sistemas llamados “icónicos” respecto de su relación respectiva con el lenguaje se expresa por la diferencia misma entre el principio de sustitución (propio de todo “ícono”) y el principio de contigüidad. En la medida en que opera según el principio de sustitución, ningún fenómeno de analogía comporta el riesgo de confundir el significante con el significado (habría más bien que decir: el ícono no comporta ningún riesgo de confusión entre el término inicial del reenvío analógico y el término final). Los principios significantes de una imagen no impiden en modo alguno (más bien al contrario) distinguirla perfectamente de lo que “representa”. Es completamente distinto lo que ocurre con la materia corpórea: este “peligro” se encuentra, por definición, siempre presente, pues lo propio de la regla de contigüidad es precisamente, dar status de significante a una parte del significado. Ahora bien, ¿cuál es este significado? La multidimensionalidad del tejido de los cuerpos actuantes demuestra que jamás hay un significado fijo (fuera, por supuesto, de la intervención del lenguaje). Cada fragmento de comportamiento remite a una multiplicidad de secuencias posibles de conductas, que lo pueden prolongar (a fortiori si pensamos en términos de intercambio, es decir, en términos de reenvíos a comportamientos de otro cuerpo).

La combinatoria de dichas propiedades permite enunciar una última, particularmente importante: la materia significante de los cuerpos actuantes es indiferente a la contradicción.

El germen de la idea de esta “indiferencia” del material metonímico a la contradicción está presente en los textos de Bateson, cuando habla, precisamente, de las relaciones de complementaridad: allí enuncia ni más ni menos que la ley del pasaje al contrario. En efecto, como esta materia (metonímica para nosotros, “analógica” para Bateson) no tiene operadores de “puntuación”, cada relación de complementaridad (que se describe bajo la forma de oposiciones: dominación/dependencia; exhibicionismo/voyeurismo, etcétera...) se puede “leer” en un determinado sentido o bien... en el sentido contrario. Esta idea es retomada varias veces en los trabajos de Bateson, incluso bajo forma humorística, cuando evoca a la rata de laboratorio que se dice: “He llegado a domar a mi experimentador. Cada vez que apoyo la palanca, me da de comer”. En las palabras de Bateson, esta rata rechazaba la puntuación de la secuencia que el experimentador buscaba imponerle”.[16]

Una constatación muy importante resulta de lo que hemos dicho hasta aquí. El conjunto de las propiedades que creímos poder descubrir en esta red de reenvíos indiciales (ausencia de negación, de modalizadores y, en general, de operadores metalingüísticos, no linealidad, confusión siempre posible entre significante y significado, indiferencia a la contradicción, pasaje al contrario), son exactamente las que caracterizan a los procesos que el psicoanálisis llama “primarios”. Esta aproximación se impuso a Bateson de una manera explícita: las propiedades del material que él llama “analógico” son las del sueño. “...es importante subrayar que las características de los procesos primarios... son inevitablemente las características de todo sistema de comunicación entre organismos que sólo pueden utilizar la comunicación icónica. Esta misma limitación es la del artista y del que sueña, así como la del mamífero prehumano y del pájaro”.[17]

Agreguemos otra aproximación a la que acabamos de señalar. Quizá no sea inútil recordar que cuando Freud discute sobre las pulsiones y su destino, tratando de precisar la idea de la transformación en el contrario, todos sus ejemplos corresponden exactamente a lo que Bateson llama las relaciones de complementaridad.[18]

Es en el curso del proceso de socialización, como ya lo hemos dicho, que se producirá la nivelación del tejido multidimensional de reenvíos intercorporales: ciertos trayectos serán prohibidos, ciertos deslizamientos caerán bajo el golpe de la represión, ciertas secuencias serán privilegiadas por los agentes socializantes y las unidades que los componen perderán su polivalencia semántica. Este proceso por el cual el cuerpo significante se somete a la ley social resulta inseparable del surgimiento de la imagen del cuerpo propio, es decir, de la estructuración del analogon así como de la intervención masiva del lenguaje: la constitución del cuerpo propio (en el sentido de propiedad) no es discernible de la constitución del cuerpo propio (en el sentido de lo correcto).

La estructuración de la imagen del cuerpo (teorizada por Lacan en el “estadio del espejo” [19]) implica la estabilización progresiva del espacio perceptual. La mirada aparece entonces como una bisagra entre el orden metonímico y el orden icónico. Hay que subrayar que el modo de operación de la mirada es estructuralmente metonímico: la mirada es un sistema de deslizamientos, sólo puede operar bajo la forma de trayectos. Desde este punto de vista, la mirada tiene la misma estructura que el cuerpo significante: tejido de reenvíos compuesto de múltiples cadenas entrecruzadas. Antes de constituirse la imagen del cuerpo propio, la mirada funciona en el interior de la red intercorpórea de reenvíos metonímicos, es prolongación y anticipación del contacto. Se puede concebir a las zonas de esta red que están asociadas con los contactos erógenos como “paquetes” de recorridos fuertemente investidos por las pulsiones y que funcionan por deslizamiento metonímico. La intervención progresiva de las prohibiciones provoca rupturas en las cadenas de la contigüidad intercorpórea, dando lugar a suspensiones de recorridos. Rosolato, a propósito precisamente de Bateson, compara la interrupción del acto a la negación, pero reproduce la confusión, presente en Bateson, entre el material de los actos (lo que llamo aquí el cuerpo significante) y el “material analógico”.[20] La suspensión del acto es, a mi juicio, la primera forma de intervención de la censura sobre la materia de los cuerpos actuantes, la primera forma de la represión como ruptura de las cadenas de deslizamiento metonímico. Muy probablemente estas rupturas sean inseparables del surgimiento de las imágenes, como puntos de inmovilización en el interior de la red intercorporal. Estos “puntos de suspensión” se producen ante todo en la materia significante de los cuerpos, pero se convierten en lugares de anclaje para el surgimiento de lo figural, para el surgimiento de los íconos como correlatos de las rupturas en los recorridos metonímicos. Se ve allí con claridad el papel de “bisagra” de la mirada: ella se sitúa exactamente en el punto de encuentro entre la suspensión de un trayecto, evento que se produce en el plano de la materia significante del cuerpo, y la inmovilización que da nacimiento al fantasma, la inmovilización que está en el origen de lo icónico. Este encuentro no parece separable de la censura: pensemos en el fantasma de la escena primitiva. Este proceso se completa en el estadio del espejo: la formación del cuerpo propio (cuerpo visible) implicada en el desdoblamiento del espejo, consagra la instauración de la distancia que separa la mirada de la figura mirada: a partir de ese momento, la mirada será una mirada “habitada”, localizada “en mi cuerpo”, separada para siempre del ícono que vino a ocupar el lugar producido por la ruptura de la cadena metonímica. Este lugar será también ocupado, sin duda, por el cuerpo del otro.

La mirada no pierde, sin embargo, su estructura operativa fundamental: procede, como ya lo dijimos, por deslizamientos. En virtud de su relación con la mirada, en consecuencia, toda imagen es a la vez ícono, figura aislable que obedece a la similaridad, a la sustitución, y espacio de deslizamientos metonímicos. El enlace de la figura al tejido del cuerpo significante, en otras palabras, jamás desaparece por completo, aunque más no sea por el hecho de que allí se ha ejercido la censura. Es por ello que toda imagen puede ser el punto de partida de un deslizamiento hacia cadenas anteriormente afectadas por la represión.[21] Toda imagen es portadora de la posibilidad de activar trayectos prohibidos: si está en relación de sustitución con lo que no hay que mirar, si se yergue como pantalla en el punto mismo en que se suspendió el acto, ofrece por este mismo hecho a la mirada, operador metonímico, la posibilidad de reacti-vación de un trayecto primario.

Sobre esta estructura compleja, compuesta de un tejido metonímico de contactos intercorpóreos empobrecido por obra de los “puntos de fijación” icónicos, llega finalmente a injertarse la matriz del lenguaje. Como lo subrayó Bateson, no existe código (en el sentido estricto del término) para pasar del nivel de las relaciones corporales complementarias al lenguaje;[22] tampoco existe pasaje codificado entre el cuerpo significante y el orden icónico, entre los íconos y el lenguaje. Todo pasaje de un nivel a otro está afectado de indeterminación, como el pasaje del sueño a su “relato”. Todo sueño, para ser comunicable, ya es relato‑de‑sueño; sabemos que el sueño y su puesta‑en‑palabras no son idénticos; mas por definición no podemos probar esta diferencia ni medir su distancia.

El sujeto significante está hecho de la composición de estos tres órdenes; todo intercambio entre “sujetos hablantes” es un “paquete” compuesto por mecanismos significantes de los tres niveles, resultado de la puesta en acto de los tres órdenes. Entre estos últimos, por lo tanto, se establecen relaciones interdiscursivas complejas; pero sólo el lenguaje puede engendrar relaciones metadiscursivas, es decir, referir a los otros niveles. Las operaciones de referenciación, por supuesto, no anulan la indeterminación que existe entre los tres niveles: un gesto es irreductible a lo que se puede decir de él.

Sería un error pensar que el problema de la articulación entre los tres órdenes del sentido sólo es pertinente en el nivel de los intercambios interpersonales entre actores sociales. Estos tres órdenes son aquéllos a través de los cuales se despliega la semiosis entera. Se podría decir que el surgimiento de la cultura y la constitución del lazo social se define por la transferencia de estos tres órdenes sobre soportes materiales autónomos, en relación con el cuerpo significante: desde el arte rupestre de la prehistoria hasta los medios electrónicos masivos, la cultura implica un proceso por el cual materias significantes distintas del cuerpo son investidas por los tres órdenes del sentido. El extraordinario dinamismo de las pinturas primitivas testimonia que no se trata de íconos fijados por la mirada en una pura relación de sustitución; estos bestiarios están marcados por el tejido metonímico del contacto; lo que así se representa no es sólo analógico, sino también (y quizá sobre todo) el sistema de relaciones metonímicas que inviste los lazos entre el hombre y las especies animales, como por ejemplo, para usar la terminología de René Thom, la “creoda de captura”.[23]

Es por ello que estos tres órdenes del sentido son, como lo había entendido Peirce, no tipos de signos, sino niveles de funcionamiento: los tres órdenes están presentes bajo diversas formas y en grados diversos, en cualquier discurso, aun dentro de los límites de la materia lingüística: en la palabra, las modalidades del decir permiten que el destinatario categorice al locutor por medio de operaciones de comparación analógicas, y el tono de la voz construye la naturaleza del contacto; en la escritura impresa, lo figural y lo metonímico aparecen tan pronto como prestamos atención al funcionamiento de la “puesta en página”. La importancia de la articulación de los tres grandes órdenes se vuelve a fortiori crucial cuando consideramos “paquetes” significantes complejos (postura gestual y palabra en los intercambios interpersonales, texto e imagen en los discursos mediáticos).

Cuando leemos el diario, desentrañamos lo simbólico en el texto, interpretamos los íconos de la actualidad en las imágenes; y la puesta en página y las variaciones tipográficas definen el contacto. Cuando estamos frente al aparato de televisión, en el momento del noticiario, el locutor se dirige a nuestros mecanismos simbólicos por lo que dice, se ofrece a nuestra interpretación analógica por sus vestimentas, su estilo físico, sus modales (que asociamos a modelos psicológicos, sociales, culturales, etcétera) y nos mira a los ojos, en busca de contacto.[24]

La presencia de los tres órdenes en cualquier discurso proviene del hecho de que el sujeto significante es el invariante universal, podríamos decir, del reconocimiento de sentido; pues no debemos olvidar que la evolución histórica de las sociedades humanas desde el punto de vista de la producción discursiva, desde los pueblos sin escritura hasta la actual “revolución de las comunicaciones” es un proceso que sólo tuvo que ver con las condiciones y las gramáticas de producción. La más sofisticada de las tecnologías de comunicaciones debe adaptarse siempre, en reconocimiento, al equipamiento biológico de la especie, invariable desde el alba de la humanidad: el sujeto significante y sus cinco tipos de captores sensoriales. Considerar las tecnologías de producción de discurso como “extensiones del hombre” a la manera de McLuhan,[25] es olvidar el desajuste entre la producción y el reconocimiento y proyectar, de modo mecánico, las innovaciones de los dispositivos de producción sobre el sujeto receptor: en el dominio de los discursos sociales, la utopía tecnocrática consiste en provocar una suerte de encuentro imaginario entre producción y reconocimiento, proyectando la primera sobre el segundo.

El sujeto significante no es la fuente del sentido, sino punto de pasaje necesario, relé en la circulación de sentido. No es fuente porque, aun en el nivel de los intercambios interper-sonales, donde la circulación discursiva no se halla mediatizada por dispositivos tecnológicos, más allá del equipamiento biológico de los individuos, el sentido de un discurso A, en virtud del desajuste entre la producción y el reconocimiento, sólo se realiza en el discurso B que constituye la respuesta. A medida que las condiciones de producción se vuelven complejas con la intervención de los dispositivos tecnológicos, crece el desajuste entre la producción y el reconocimiento: la principal consecuencia de la transformación social de las condiciones tecnológicas de producción discursiva sobre la teoría del sentido fue, quizás, iluminar la existencia de este desajuste constitutivo, que permanece “invisible” cuando funcionan la producción y el reconocimiento en el mismo nivel, como es el caso de los intercambios interpersonales. Lo que se puede llamar el paso a la sociedad mediatizada consiste precisamente en una ruptura entre producción y reconocimiento, fundada en la instauración de una diferencia de escala entre las condiciones de producción y las de reconocimiento.

¿Es casualidad que las condiciones de surgimiento de una ciencia del lenguaje, se dibujen y se precisen a lo largo de todo el siglo XIX, que es el de la aparición y consolidación del primer fenómeno mediático en la historia, a saber, la mediatización de la escritura en la prensa? En todo caso, el privilegio acordado a la oralidad, en el marco de un proyecto científico que será el de la lingüística, ocurre en el momento mismo en que las sociedades occidentales, por vez primera, se ven sometidas a la circulación masiva del escrito impreso. La distancia será en lo sucesivo cada vez mayor, entre la teoría que se está elaborando sobre la lengua -a la luz de la cual la escritura sólo es una trasposición secundaria, un código parásito de la palabra- y los fenómenos discursivos que invaden la sociedad, en los cuales la escritura no remite más a la palabra, ya que el sujeto hablante ha desaparecido del dispositivo tecnológico de producción: sólo hay sujeto en reconocimiento. Se debió esperar largo tiempo, antes de que apareciera esta inadecuación radical entre la teoría de la lengua y el funcionamiento de los discursos sociales, así como para que se abandonara la ilusión según la cual todos los fenómenos de lenguaje propios de los discursos sociales son sólo la “complejización” de los fenómenos más simples y fundamentales, estudiados por la lingüística. El carácter inadmisible de la hipótesis según la cual yendo de la lingüística al análisis de los discursos se pasa de lo simple a lo complejo (o, si se prefiere, de la competencia a la performance), se hace patente a partir del momento en que se comprende que las frases del lingüista no son los elementos simples con los cuales se construye la complejidad de los discursos. Por el contrario, las frases son objetos construidos, extraídos de la actividad del lenguaje por una operación que a su vez no se puede explicar sino a la luz de la noción de discurso. Aquí también lo complejo está primero; y si la ciencia avanzó tanto en todos los dominios, descomponiendo y simplificando lo complejo, hoy busca comprender los sistemas complejos en tanto tales, en su propio nivel de determinación.[26]


NOTAS


[1] Véase supra, segunda parte, capítulo 3.

[2] Véase mi artículo: “Pour une sémiologie des opérations translinguistiques” VS, Quaderni di studi semiotici, 4: 81‑100 (1973).

[3] Ch. S. Peirce, Ecrits sur le signe, op. cit., pág. 158.

[4] lbid, pág. 160.

[5] Eliseo Verón, “Corps Signifiant”, en Sexualité et pouvoir, París, Payot, 1978.

[6] La investigación experimental sobre el desarrollo de la gestualidad avanzó mucho en estos últimos años . “ Las investigaciones que se han multiplicado en este dominio, el de los procesos de desarrollo socioafectivo, llevaron a considerar el papel regulador del niño de pecho en las relaciones madre‑hijo, obligando a conceptualizar la noción de sistema de interacción. Ello aparece, por ejemplo. en el estudio de los intercambios mímicos o gestuales, tanto entre adulto y niño cuanto entre niños. La inducción de las conductas de uno de los compañeros por las conductas del otro ya no se estudia más en un solo sentido, sino en ambos; su análisis fue encarado como tratando de interacciones comunicativas” (S. de Schonen y F. Bresson, “Données et perspectives nouvelles sur les débuts du développement”, en “Le développement dans la première année”, Symposium de l’Association de Psychologie Scientifique de Langue Française, 1981). Un programa de investigación sobre las regulaciones interactivas entre niño y adulto se desarrolla en el Centro de Estudio de los Procesos Cognitivos y del Lenguaje (EHESSCNRS) bajo la dirección de François Bresson.
[7] Gregory Bateson “Contact culturel et schismogenèse”, en Vers une écologie de l’esprit, vol. l, París, Seuil, 1977, págs. 77‑87. La obra sobre los Iatmul es Naven. Cambridge, Cambridge University Press, 1936 (tr. fr.:La cérémonie du Naven, París, Editions de Minuit, 1971).

[8] G. Bateson, “Bali: le système de valeurs d’un état stable” en: Vers une écologie de l’esprit, op. cit. vol. 1, pág. 123. He traducido aquí el texto inglés de una manera ligeramente diferente de la propuesta por la edición francesa.

[9] G. Bateson y D. D. Jackson, “Some varieties of pathogenic organization”, en: Disorders of Communication, vol. 42, págs. 270-290 (1964). Este texto no ha sido traducido al francés.

[10] Cf. G. Bateson, “Planning social et concept d’ apprentissage secondaire”, Vers une écologie de l’esprit, op. cit., vol. 1, págs. 193-208.

[58l Según la hipótesis de Bateson, la perturbación sistemática de las relaciones entre comportamiento y contexto (y más en general, la perturbación de los lazos de complementaridad) puede producir desórdenes graves en los mamíferos superiores; por ello están estas ideas estrechamente ligadas a lo que sería la célebre teoría batesoniana de la esquizofrenia. Cf. ‘’Vers une théorie de la schizophrénie”, en: Vers une écologie de l’esprit, op. cir., vol. 2, 1980, págs. 9‑34.

[12] François Bresson, Fonction et développement des systémes de représentation, Centre d’Etude des Processus Cognitifs et du Langage EHESS‑CNRS. Nótese que ni Bateson ni Bresson distinguen entre fenómenos icónicos y fenómenos metonímicos.

[13] F. Bresson, Fonction et développement des systémes de représentation, op. cit.

[14] F. Bresson, Ibid.

[15] G. Bateson y D. D. Jackson, ‘Some varieties of Pathogenic Organization”, loc. cit .

[16] Ibid.

[17] G Bateson, “Style, grace et information dans l’art primitif’, Vers une écologie de l’esprit, op. cit., vol. 1, pág. 152.

[18] Sigmund Freud, Métapsychologie, París, Gallimard, 1968.

[19] Jacques Lacan, “Le stade du miroir comme formateur de la fonction du Je”, Ecrits, París, Seuil 1966.

[20] Guy Rosolato, La relation d’inconnu, París, Gallimard, 1978, págs. 69‑70.

[21] Potencialidad de la imagen bien conocida de los creadores publicitarios.

[22] G. Bateson y D. D. Jackson. “Some varieties of Pathogenic Organization”. Ioc. cit.

[23] René Thom, Stabilité structurelle et morphogènese, Reading, Mass, W.A. Benjamin Inc. 1972.

[24] Véase E. Verón, “Il est là, je le vois, il me parle”, Communications.

[25] Marshall Mc Luhan, Pour comprendre les médias. París. Mame/ Seuil, 1977 .

[26] lllya Prigogine e Isabelle Stengers, La nouvelle alliance, París, Gallimard. Cf. también Gregory Bateson. La nature et la pensée. París, Seuil, 1984.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

PRIMERA ENTREGA-ANÁLISIS FOTOGRÁFICO



Modalidad: grupal hasta dos integrantes Fecha: 17/10/11
OBJETIVOS:



1. Describir e interpretar las operaciones semióticas en un corpus de fotos. 2. Plantear la iconicidad como estrategia analógica en la imagen3. Vincular la retórica de la imagen con el discurso histórico a través del análisis de las operaciones semiótica de connotación.



CONSIGNA: pueden optar por a) o b):

a) Elija entre una y tres imágenes que considere “poderosas” de la campaña política 2011 y analícela/s a partir de los conceptos teóricos presentes en la unidad. Adjunte en su trabajo la/s imágen/es elegidas. Si elije dos o tres imágenes debe establecer explícitamente alguna relación entre ellas. Tenga en cuenta que no es posible realizar el parcial a partir de imágenes presentadas y/o trabajadas en las clases.
b) Lea el artículo “Entrevista a Martín Parr ” y realice un análisis del vínculo entre lo cómico y la retórica de la imagen

MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO



1. Debemos considerar según los objetivos y las actividades previstas para el trabajo de análisis, los niveles de pertinencia en los que se inscriben los aportes que brinda la bibliografía de apoyo seleccionada.En este sentido, nuestro marco de referencia son las categorías de Pierce sobre el signo (en un nivel de generalidad alto) y el de estrategias de connotación al nivel del análisis concreto del paquete textual seleccionado.



2. En segundo lugar, consideraremos especialmente al nivel del análisis, los tres órdenes de configuración significante de un discurso visual: indicial (del contacto), icónico (analógico), y simbólico (lingüístico).En este sentido, el trabajo que realicen, deberá rendir cuenta de las operaciones de producción de sentido en cada uno de estos niveles y cómo éstas se articulan entre sí.



GUÍA DE OBSERVACIÓN Y ANÁLISIS.



• Leer la bibliografía de apoyo e identificar los niveles de pertinencia (Tipo de discurso, estrategias de connotación, género) en los cuales se inscriben los aportes conceptuales de los distintos autores.



• Formular una hipótesis sobre el mensaje visual.



• Analizar las operaciones de producción de sentido en cada uno de los órdenes de configuración significante (icónico, indicial y simbólico) y ver cómo se articulan entre sí en términos de las estrategias de connotación.• identificar tòpicos a partir regularidades observadas y sus respectivas estrategias de connotaciòn.



• Explicitar la relación entre la descripción de las operaciones significantes en cada orden de configuración (indicial, icónico y simbólico).



Recomendaciones para la presentación del trabajo:



¿Tengo una primera página (que puede estar precedida por algún testimonio, cita, etc.) en la que explico: (a) qué objeto, fenómeno o práctica social voy a analizar, interpretar, y descifrar, y (b) qué es lo que voy a intentar, mostrar, decir, poner en evidencia y argumentar?



¿Tengo un BUEN título que en pocas palabras indique lo que voy a analizar y que le sugiera al lector, a modo de anticipo e invitación, algo de lo que voy a decir al respecto? (¿Puse mi nombre arriba/ debajo del título?)



¿Tengo una segunda página en la que explico los objetivos de “la semiótica” como disciplina y de”la mirada semiótica”? ¿He explicado qué conceptos y teorías básicas (acerca de la cultura, el lenguaje, la comunicación, las mitologías modernas, el signo, su lógica social, etc.) nos invitan, nos desafían y nos habilitan a “leer” la vida cotidiana en tanto acto comunicativo, así como a estudiar sus significados? ¿



He indicado de qué autores y obras he tomado dichas ideas, teorías y conceptos?



(3) ¿He acotado y anclado mi tema lo suficiente?



¿Estoy partiendo de un signo/un texto material, concreto y específico, parte de mi cotidianeidad, de mi aquí y mi ahora, y por tanto, que pueda ser tomado como un acto de comunicación social y culturalmente localizable?



(4) ¿He documentado y descrito mi texto de partida (material, concreto)a analizar para que sea visualizable para mí y para el lector? (¿Qué métodos y materiales de apoyo he utilizado a tales efectos?) ¿En la medida que cada detalle es fundamental, he tomado en cuenta todos los aspectos formales (forma, textura, sentidos involucrados, espacialidad, temporalidad, tipos de signo, uso de recursos y figuras, etc.) y sociales (emisor, receptor, espectador, medio, referente, contexto, situación, universo simbólico, posiciones/puntos de vista, etc.), del acto comunicativo en cuestión?



(5) ¿Me ha ayudado tal descripción a recortar un problema de lectura?



(6) ¿He problematizado lo suficiente (explotado tensiones/conflictos manifiestos/latentes)? ¿Aún partiendo de lo concreto y particular, he podido, en la medida de lo necesario, abstraer, espacializar e historizar? ¿He podido, luego, volver a mi texto particular, a mi aquí y ahora?



(7) ¿He ofrecido alguna respuesta informada (por las lecturas y clases) respecto al “problema de la interpretación” y a la cuestión del significado como problema, como objeto de disputa, en la medida que la comunicación, el signo, el significado dependen de personas insertas en un horizonte social e histórico caracterizado por la heterogeneidad y un sinfín de asimetrías (económicas, políticas, culturales, ideológicas)? (¿Cómo he resuelto el problema de los distintos usos y sentidos que producen los distintos actores sociales en función de su posición en la sociedad?



(8) ¿Tengo una primera parte de la conclusión a modo de resumen/punteo de todos los pasos seguidos hasta aquí? ¿Qué ha revelado este estudio de un producto o práctica “x” acerca de MI SOCIEDAD y MI TIEMPO? ¿Qué cosas he conseguido poner de manifiesto acerca de mi cultura y mi sociedad que antes eran invisibles, o por lo menos, que no se veían con tanta claridad? ¿Condice esta última página con la primera?






Bibliografía:



ZECCHETTO, Victorino “ Charles Sanders Pierce” Cap. 2 en Seis semiólogos en busca del lector La Crujía ediciones, Bs.As., 2005 pp.41-78



.BARTHES, Roland: “El Mensaje Fotográfico” en El análisis estructural. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires, 1977- Denotación y connotación” en La aventura semiológica Paidós, Barcelona, 1990. La cámara lucida. Notas sobre la fotografía Paidós, Buenos Aires,2005. (Selección de fragmentos).



DUBOIS, Philippe “De la verosimilitud al index” en El acto fotográfico, Barcelona, Labor, 1996. VILCHES, Lorenzo “La imagen es un texto “en La lectura de la imagen , Paidós, Barcelona, 1983.



SONTANG, S. “El mundo de la imagen” en Sobre la fotografía, Buenos Aires, Alfaguara, 2006



SCHAEFFER J. M. “El icono indicial” en La imagen precaria. Del dispositivo fotográfico, Cátedra, Madrid, 1990.pp- 45-78

JAQUES AUMONT - La imagen



Las imágenes están hechas para ser vistas y teníamos que empezar por conceder una parte relevante al órgano de la visión
El movimiento lógico de nuestra reflexión nos ha llevado a verificar que este órgano no es un instrumento neutro, que se contente con transmitir datos lo más fielmente posible, sino que por el contrario, es una de las avanzadillas del encuentro entre el cerebro y el mundo: partir del ojo conduce, automáticamente, a considerar al sujeto que utiliza este ojo para observar una imagen y al que llamaremos, ampliando un poco la definición habitual el espectador
Este sujeto no puede definirse de modo sencillo y, en su relación con la imagen, deben utilizarse muchas determinaciones di­ferentes, contradictorias a veces: aparte de la capacidad percepti­va, se movilizan en ella el saber, los afectos y las creencias, ampliamente modeladas a su vez por la pertenencia a una región de la historia (a una clase social, a una época, a una cultura).
En cualquier caso, a pesar de las enormes diferencias que se han manifestado en la relación con una imagen particular, existen constantes, en alto grado transhitóricas e incluso interculturales, de la relación del hombre con la imagen en general. Desde este pun­to de vista general vamos a considerar al espectador, poniendo el acento sobre los modelos psicológicos que se han propuesto para estudiar y comprender esta relación.

LA IMAGEN Y SU ESPECTADOR

Entendámonos: aquí no se trata, ni de sostener que la rela­ción del espectador con la imagen sea sólo comprensible (o ente­ramente comprensible) por los caminos de la psicología, ni, me­nos aún, de proponer un modelo universal de «la» psicología «del» espectador. Se tratará simplemente de enumerar algunas de las respuestas más importantes a estas preguntas: ¿qué nos aportan las imágenes? ¿Por qué que han existido en casi todas las sociedades humanas? ¿Cómo se observan?

¿Por qué se mira una imagen?

La producción de imágenes nunca es absolutamente gratuita y, en todos los tiempos, se han fabricado las imágenes con vistas a ciertos empleos, individuales o colectivos. Una de las primeras respuestas a nuestra pregunta pasa, pues, por otra pregunta ¿para qué sirven las imágenes? (¿para qué se las hace servir?) Está claro que, en todas las sociedades, se han producido la mayor parte de las imágenes con vistas a ciertos fines (de propaganda, de in­formación, religiosos, ideológicos en general), y más adelante di­remos unas palabras sobre esto. Pero, en un primer momento, y para concentrarnos mejor en la pregunta sobre el espectador, sólo examinaremos una de las razones esenciales de que se produzcan las imágenes: la que deriva de la pertenencia de la imagen en general al campo de lo simbólico y que, en consecuencia, la sitúa como mediación entre el espectador y la realidad.

1. Naturaleza de la Imagen
Seguiremos aquí con la reflexión de Rudolf Arnheim (1969), que propone una sugestiva y cómoda tricotomía entre valores de la imagen en su relación con lo real:

a)Un valor de representación: la imagen representativa es la que representa cosas concretas («de un nivel de abstracción infe­rior al de las imágenes mismas"). La noción de representación es capital y volveremos detenidamente sobre ella, contentándo­nos de momento con suponerla conocida, al menos en sus gran­des líneas.

b) Un valor de símbolo: la imagen simbólica es la que repre­senta cosas abstractas («de un valor de abstracción superior al de las imágenes mismas»)
Dos rápidas observaciones mientras volvemos a la noción de símbolo, muy cargada a su vez históricamente: en principio, en estas dos primeras definiciones, Arnheim supone que se sabe apre­ciar necesariamente un «nivel de abstracción», lo que no siempre es evidente (¿es un círculo un objeto del mundo o, más bien, una abstracción matemática?); seguidamente y sobre todo, el valor sim­bólico de una imagen se define, más que cualquier otro, pragmá­ticamente, por la aceptabilidad social de los símbolos represen­tados.

c) Un valor de signo: Para Arnheim, una imagen sirve de signo cuando representa un contenido cuyos caracteres no refleja visualmente. El ejemplo obligado sigue siendo aquí el de las señales -al menos de ciertas señales- del código de circulación, como la de final de limitación de velocidad (barra negra oblicua sobre fondo marfil), cuyo significante visual no mantiene con su signi­ficado sino una relación totalmente arbitraria.
A decir verdad, las imágenes-signo apenas son imágenes en el sentido corriente de la palabra (que corresponde, grosso modo, a las dos primeras funciones de Arnheim). La realidad de las imá­genes es mucho más compleja y hay pocas imágenes que encar­nen perfectamente una y sólo una de estas tres funciones, al par­ticipar la inmensa mayoría de las imágenes, en grado variable, de las tres a la vez. Para tomar un sencillo ejemplo, un cuadro de tema religioso situado en una iglesia, pongamos La Asunción de la Virgen de Tiziano (1516-1518) en la iglesia de Santa Maria dei Frari en Venecia, posee un triple valor: significa de modo ciertamente redundante en este caso- el carácter religioso del lugar, por su inserción en la parte alta de un altar (notemos que, en este ejemplo, lo que constituye el signo, en rigor, es menos la imagen misma que su situación), y representa personajes dispuestos en una escena que es, además como toda escena bíblica, ampliamente simbólica (simbolismos parciales, por otra parte, tales como el de los colores, actúan aquí también).



2. Las funciones de la Imagen

¿Para qué se utiliza la imagen? No es posible aquí, sin duda, ser tan radical como Arnheim en la distinción entre grandes cate­gorías: las «funciones» de la imagen son las mismas que fueron también las de todas las producciones propiamente humanas en el curso de la historia, que pretendían establecer una relación con el mundo. Sin intenciones de exhaustividad, hay documentados tres modos principales de esta relación:

a) El modo simbólico: Las imágenes sirvieron sin duda primero, esencialmente, como símbolos, símbolos religiosos más exactamente, que, se suponía, daban acceso a la esfera de lo sagrado mediante la manifestación más o menos directa de una presencia divina. Sin remontarnos hasta la prehistoria, las primeras escul­turas griegas arcaicas eran ídolos, producidos y venerados como manifestaciones sensibles de la divinidad (aunque esta manifesta­ción sea parcial e inconmensurable con respecto a la divinidad misma). A decir verdad, los ejemplos aquí son casi innumerables, por lo copiosa y actual que es todavía la imaginería religiosa, fi­gurativa o no: algunas de las imágenes representan en ella divini­dades (Zeus, Buda o Cristo), y otras tienen un valor puramente simbólico (la cruz cristiana, la esvástica hindú).
Los simbolismos no son solamente religiosos,- y la función sim­bólica de las imágenes ha sobrevivido ampliamente a la laiciza­ción de las sociedades occidentales, aunque sea sólo para trans­mitir los nuevos valores (la Democracia, el Progreso, la Libertad, etc.) ligados a las nuevas formas políticas. Hay además muchos otros simbolismos que no tienen, ninguno de ellos, un área de validez tan importante.

b) El modo epistémico: la imagen aporta informaciones (visua­les) sobre el mundo; cuyo conocimiento permite así abordar, in­cluso en algunos de sus aspectos no visuales. La naturaleza de esta información varía (un mapa de carreteras, una postal ilustrada, un naipe, una tarjeta bancaria, son imágenes, su valor informativo no es el mismo), pero esta función general de conocimiento se asignó muy pronto a las imágenes. Se encuentra, por ejemplo, en la in­mensa mayoría de los manuscritos iluminados de la Edad Media, sea que ilustren La Eneida o él Evangelio, o bien colecciones de plan­chas botánicas o portulanos. Esta función se desarrolló y amplió considerablemente desde principios de la era moderna, con la apa­rición de géneros “documentales” como el paisaje o el retrato.

c) El modo estético: La imagen está destinada a complacer a su espectador, a proporcionarle sensaciones específicas. Este propósito es también antiguo, aunque sea casi imposible pro­nunciarse sobre lo que pudo ser el sentimiento estético en épocas. muy alejadas de la nuestra (¿se suponía que los bisontes de Las­caux eran bellos? ¿Tenían sólo un valor mágico?). En cualquier caso, esta función de la imagen es indisociable, o casi, de la noción de arte, hasta el punto en que a menudo se confunden las dos, y que una imagen que pretenda obtener un efecto estético puede fácilmente hacerse pasar por una imagen artística véase la publicidad, en la que llega a su colmo esta confusión).


3. “Reconocimiento” y “rememoración”

En todos sus modos de relación con lo real y con sus funcio­nes, la imagen depende, en conjunto, de la esfera de lo simbólico (campo de las producciones socializadas, utilizables en virtud de las convenciones que rigen las relaciones interindividuales). Falta abordar más frontalmente la pregunta de la que habíamos parti­do: ¿por qué –y cómo- se mira una imagen?
La respuesta en lo esencial, está contenida en lo que acaba­mos de decir: sólo falta traducirla a términos más psicológicos. Plantearemos, siguiendo a E.H. Gombrich la hipótesis siguiente: la imagen tiene como función primera el asegurar, reforzar, reafirmar y precisar nuestra relación con el mundo visual: desempeña un papel de descubrimiento de lo visual. Razonando sobre las imágenes artísticas, Gombrich (1965) opone dos modos principales de inversión psicológica en la imagen: el reconocimiento y la rememoración presentándose la se­gunda como más profunda y más esencial. Vamos a explicar es­tos dos términos no sin observar inmediatamente que esta dicotomía coincide ampliamente con la distinción entre función representativa y función simbólica, de la que es una especie de traducción en términos psicológicos, encaminándose la una hacia la memoria y, por tanto, al intelecto, las funciones razonadoras; y la otra hacia la aprehensión de lo visible, las funciones más di­rectamente sensoriales.

El espectador construye la imagen, la imagen construye al espectador

Este enfoque del espectador consiste ante todo en tratarlo como un participante emocional y cognitivamente activo de la imagen (y también como un organismo psíquico sobre el cual actúa a su vez la imagen).

El “Reconocimiento”
Reconocer algo en una imagen es identificar, al menos parcialmente, lo que se ve en ella con algo que se ve o podría verse en la realidad. Es un proceso, un trabajo que utiliza las propiedades del sistema visual
a. El trabajo de reconocimiento: un buen número de las características visuales del mundo real se reencuentran, tal cual, en las imágenes y; hasta cierto punto, se ve en éstas «lo mismo» que en la realidad: bordes visuales, colores, gradientes de tamaño y de textura, etc.
Con mayor amplitud puede decirse que la noción de constancia perceptiva, base de nuestra percepción del mundo visual, es también el fundamento de nuestra percepción de las imágenes.
Gombrich insiste, además, en que este trabajo de reconoci­miento, en la misma medida en que se trata de re-conocer, se apoya en la memoria; más exactamente, en una reserva de formas de objetos y de disposiciones espaciales memorizada: la constancia perceptiva es la comparación incesante que hacemos entre lo que vemos y lo que ya hemos visto.
.

La cons­tancia perceptiva es, pues, el resultado de un trabajo psicofísico complejo. Pero esta estabilidad de reconocimiento llega más lejos aún, puesto que somos capaces no sólo de reconocer, sino de identificar los objetos, a pesar de las distorsiones eventuales que les hace sufrir su reproducción por la imagen. El ejemplo más llamativo es el del rostro: si reconocemos fácilmente el modelo de un retrato (o de un retrato pintado, si está suficientemente de acuerdo con los códigos naturalistas), es gracias a la constancia perceptiva; pero si reconocemos también al mode­lo de una caricatura hay que suponer que hacemos intervenir, ­además, otros criterios (nadie se parece literalmente a su caricatura. E1 caricaturista capta para continuar con Gombrich, unas invariantes del rostro; que antes no habíamos necesariamente ob­servado, pero que podrán en adelante desempeñar el papel de in­dicadores de reconocimiento. Del mismo modo, si encontramos de nuevo a alguien a quien habíamos perdido de vista durante mucho tiempo, lo reconocemos gracias a invariantes del mismo orden: difíciles a menudo, además, de precisar analíticamente.
Dicho de otro modo: el trabajo del reconocimiento utiliza, en general, no sólo las propiedades «elementales» del sistema visual, sino también capacidades de codificación ya bastante abstractas: reconocer no es comprobar una similitud punto por punto, es localizar invariantes de la visión; algunas ya estructuradas, como una especie de grandes formas.
b. Placer del reconocimiento: reconocer el mundo visual en una imagen puede ser útil; provoca igualmente un placer específico. Está fuera de duda que una de las razones esenciales del desa­rrollo del arte representativo, naturalista o menos naturalista, nace de la satisfacción psicológica implicada en el “reencuentro” de una experiencia visual en una imagen, de forma a la vez repetiti­va, condensada y dominable.
Desde este punto de vista, el reconocimiento no es un proceso de sentido único. El arte representativo imita a la naturaleza, y esta imitación nos procura placer: pero de paso, y casi dialéctica­mente, influye en “la naturaleza” o, al menos, en nuestro modo de verla. Se ha observado con frecuencia que el sentimiento del paisaje ya no había vuelto a ser el mismo después de haberse pin­tado paisajes sin figuras; movimientos pictóricos como el pop art o el hiperrealismo nos hacen «ver» igualmente el mundo cotidia­no, y sus objetos, de modo diferente. El reconocimiento que permite la imagen artística participa, pues, del reconocimiento, pero se encuentra también con las expectativas del espectador, a costa de transformarlas o de suscitar otras: tiene que ver con la rememoración.

La “Rememoración”
a. Imagen y codificación: la imagen cumple intrincadamente estas dos funciones psicológicas; entre otras cosas, transmite de forma necesariamente codificada, un cierto saber sobre lo real.
El instrumento de la rememoración por la imagen es lo que podría llamarse el esquema: estructura relativamente sencilla, memorizable como tal, más allá de sus diversas actualizaciones. Para seguir con el ejemplo de la imagen artística, existen muchos estilos que utilizaron estos esquemas, ej: el arte egipcio de la época faraónica, en el cual una imagen particular no es más que una combinación de imágenes parciales que reproducen lo más literalmente posible esquemas típicos (escriba sentado, escriba en cuclillas, divinidades, figuras del faraón, etc) convencionalmente ligados a su vez, a su referente real.

b. Esquema y cognición: en cuanto instrumento de rememoración, el esquema es “económico” debe ser más sencillo, más legible que lo esquematizado. Tiene, pues, obligatoriamente, un aspecto cognitivo, incluso didáctico. Hay por otra parte, un aspecto experimental en el esquema, sometido permanentemente a un proceso de correción, ya que, a menudo, esos saberes desaparecen y dan lugar a nuevos saberes.
En los estilos de imagen más alejados del naturalismo es donde esta presencia del esquema es más visible.

Tiempo, imagen y retórica





Analizar una imagen visual implica formular y justificar una hipótesis acerca de cuál es el proceso concreto de recuperación de la memoria visual que pone en funcionamiento un determinado sujeto, perteneciente a una determinada comunidad en un determinado momento histórico, para proyectarla sobre la imagen material visual que está percibiendo y de este modo, lograr reconocerla.





El tiempo en la imagen se detiene en el instante, es tiempo fijado (“lo muerto apresa lo vivo como tanatografía” ), sin embargo hay imágenes que exhiben multiplicidad de tiempos como esta foto de ROBERT DOISNEAU (París, 1912-1994) denominada Nosotros (1950). El tiempo como tópico(1): "tempus fugit". Se trata de una escena de la vida cotidiana, fotografiada en blanco y negro: una pareja de cierta edad, al fondo, mantiene la atención en un aparato de radio (él) y en la prensa (ella), mientras la mano del hombre reposa con suavidad cerca del brazo de la mujer. Todo ello se observa en último término, reproducido a través de un espejo situado sobre una repisa en la que hay objetos con marcada información familiar.Desde el punto de vista morfológico, la complejidad de la fotografía estriba en sus cruces lineales, con marcadas tendencias a establecer diagonales imaginarias que conectan aspectos denotativos para generar propuestas connotativas. La supuesta profundidad de campo, que perceptivamente funciona como tal, es la imagen en el espejo (plana). Si, tal como veremos, una de las líneas de fuga liga el reloj y se prolonga hasta el rostro del hombre; otra, se cruza con esta para ir desde el retrato sobre la repisa a la pareja al fondo. A su vez, ambas divisiones marcan un desequilibrio entre una zona más oscura y otra más luminosa, porque sus dominantes cromáticos se sitúan en ambos lados de la escala. Esta oposición se ve reflejada en el vestuario de los personajes, invertido en la foto del retrato sobre la repisa (intercambio del blanco y el negro). Los anteojos y la llave, en primer término, rubrican la disonancia.Desde la perspectiva de introducción de elementos en cuya composición la circularidad es una constante, hay una presencia reiterativa de objetos: reloj frontal y posterior, platos, anteojos, cubilete, si bien el valor predominante no es el circular porque hay un marcado componente rectilíneo que señala con evidencia la presencia esencial del espejo al dejar sus límites en el interior del encuadre y, al mismo tiempo, situarse en un plano inclinado con respecto a la perspectiva de la cámara (observador). Esta linealidad se reitera por el primer término del retrato de la pareja, las aristas de los muebles, las líneas del balcón o ventana, la base del reloj, la mesa, etc. Sin embargo, tiene especial interés el cruce permanente entre elementos verticales y horizontales que, aunque se enmarquen en el plano inclinado, cruzan en ángulos de 90º.No hay un centro de la imagen, sino más bien una serie de descentramientos con focos diversos de atención, pese a lo cual, el reloj del primer término y su imagen posterior reproducida por el espejo generan una línea de fuga que remite al rostro del personaje masculino, trazando así una diagonal que cruza el espacio creando una sensación de perspectiva (allá donde no la hay, por la naturaleza plana de la imagen reflejada) que se refrenda gracias al resto de líneas imaginarias prolongables y confluyentes: lateral del espejo y del balcón, arista del mueble.Aunque el espacio es único -la repisa de la chimenea sobre la que se sitúa el espejo-, hemos de distinguir dos focos de atención principales, ambos con una importancia máxima: la repisa, en primer término, con los objetos que hay sobre ella, y la pareja al fondo (reflejada en el espejo); el espacio intermedio vendría dado por la superficie del espejo, su enmarcado.Hay diversos planos en la imagen, pero cabe destacar los de detalle en primer término: reloj, objetos, fotografía. Sintomáticamente, la fotografía nos muestra un matrimonio en plano de conjunto, presumiblemente tras la ceremonia de su enlace. El interés radica en la articulación entre esta escala y la global (un plano amplio inserto en otro de detalle). La pareja, al fondo, se puede observar en tres cuartos (ambos están sentados) con suficiente aire para que los reconozcamos en una escala más asimilable al plano general. Ninguno de estos elementos ocupa el centro de la imagen.El predominio corresponde a las superficies rectilíneas, a excepción del reloj y los detalles barrocos de la carpintería del mobiliario. A pesar de la presencia de elementos simétricos, el descentrado generalizado dota a la imagen de una sensación de indeterminación, de superposición de capas. La línea de fuga formada por el reloj y hasta el rostro del individuo, entra en contradicción con otra línea diagonal que podemos establecer –connotativamente- entre la fotografía enmarcada de la repisa y la pareja al fondo. La inclinación leve, posibilita esta segunda fuga porque está más en la perspectiva del ojo del receptor.No hay focos de luz natural que puedan identificarse en los espacios de la imagen, ni tampoco artificiales (lámparas); sin embargo, el ambiente creado, que es unitario, puede pretender reflejar la situación de luz natural procedente de una ventana no identificada (la del fondo no provee luz alguna). Teniendo en cuenta la hora que marca el reloj –si hemos de darle valor de verdad-, estimamos que se ha procedido a iluminar de forma difusa, bien mediante luz artificial, bien mediante luz natural rebotada.La simple enumeración de los elementos morfológicos, vemos que apunta ya una serie de direcciones posibles de lectura que, al incorporar los compositivos, se acrecienta, ya que la fotografía se reviste de un cierto nivel metafórico que es extrapolable a la concepción sobre la vida y la indefensión ante el paso del tiempo. A partir de lo cotidiano, se da una superación del mismo y una remisión a los condicionantes de la naturaleza humana, común para todos.La tensión está vinculada con la dualidad espacial: repisa vs espejo. Sobre esta base, diversos elementos confluyen para abundar en cruces que provocan quiebras sensoriales; el negro y el blanco, cada uno de las cuales responde a una zona y una línea imaginaria de fuga. Los anteojos gafas y la llave (objeto de la mujer y objeto del hombre) aparecen en un triánguloinvertido sobre el anterior.. En consecuencia, el ritmo visual viene determinado por la superposición de capas y la reiteración de motivos que nos hablan del tiempo.Es decir, se produce un recorrido múltiple, no simultáneo, que va ampliando la conciencia de símismo y, en esa medida, actualizando la comprensión de la fotografía.Los personajes se encuentran en una situación que obedece a su cotidianidad. Por otro lado, hay un fuerte trabajo de composición de elementos y del propio encuadre, por lo que estimamos que, una vez preparada la puesta en escena, los personajes han posado en una actitud habitual para ellos, manteniendo su posición.Respecto al espacio de la representación, uno de los elementos esenciales que motivan este texto, la imagen nos muestra un “en campo” que es la repisa y el espejo. A través del espejo, accedemos a un suplemento de información que se traduce en una impresión de profundidad de campo, pero, en realidad, la imagen reflejada está ahí mismo, ante la cámara. Por lo tanto, la imagen en sí, en su conjunto, sólo nos habla de un fuera de campo que es el contexto cotidiano de los personajes, no conocido por el espectador ni necesario para su información. Pero esta sería una limitada visión de la complejidad que manifiesta la composición, porque si el campo es la repisa –y esta es una concepción mucho más efectiva-, hay un dispositivo en la puesta en escena, que es el espejo, a través del cual se produce el descubrimiento de un espacio contiguo, sin reflejo de mirada.Desde esta perspectiva, obtenemos un plus de sentido que proviene del propio significante: el “en campo” muestra un reloj y la fotografía de una pareja el día de su boda (presumiblemente la misma que vemos al fondo), con lo cual la imagen incorpora una elipsis nocional que afecta al espacio-tiempo al proporcionarnos la visión de diversas temporalidades en un mismo espacio. Y no es que se estén compartiendo acontecimientos de distintos ejes temporales, sino que, al hacerlos presentes, se está proporcionando al espectador un elemento informativo capaz de promover connotaciones múltiples: reflexión sobre el paso del tiempo, degradación física por el transcurso de los años, mantenimiento de la ternura, etc.Estamos ante un espacio de máxima concreción pero abierto, pese a tratarse de un interior, porque los márgenes no limitan sus posibilidades, si bien lo abigarrado del mueble lateral confiere a esa zona un límite más marcado. Nos encontramos con el lugar de la pareja, en tanto que su habitación de vida cotidiana, es el espacio de su intimidad.Ya hemos visto cómo la imagen debe haber sido preparada, pero, no obstante, la concepción de captación de una instantánea puede darse por buena, ya que la actitud de personajes y entorno responde a una situación habitual e íntima. La incorporación de elementos icónicos que refieren el tiempo de manera reiterativa y obvia, genera una isotopía que supera el anclaje del momento de la pareja para apuntar hacia un recorrido. No se trata de que la situación se salga del tiempo, sea atemporal, sino de que en ella vea reflejado el pasado y un recorrido que ha llevado hasta el presente: como esencia de ese presente, la “suspensión” adquiere el matiz de atemporalidad.El tiempo es el factor esencial en la imagen. Son muchos los elementos que apuntan a su presencia:Un “hoy”, que es la situación íntima que se muestra, a la que acompañan signos :• El calendario colgado en la pared• El reloj de péndulo, también colgado en la pared.Un “ayer”, que es el recuerdo en la repisa: la fotografía de la boda.Un “mientras tanto”, que es el recuerdo del tiempo transcurrido: • la fotografía de los niños sobre la radio,• la postal recibida, apoyada contra el reloj de cuerda de la repisa• El reloj de la repisa, antiguo y al tiempo marcando la hora, puente entre todos los recuerdos y el presente, que parece prolongarse en el aparador.La isotopía(2) del “paso del tiempo” se constituye a partir de diferentes semas acerca del pasado versus el presente, lo atemporal (la pareja) versus lo temporal para configurar una concepción de la vejez. El tiempo huye sin embargo los recuerdos permanecen y se transforman en visibles a través del dispositivo fotográfico.















NOTAS





1- El procedimiento de tematización explicita los tópicos, temas, que el discurso desarrolla





2- La isotopía según A. Greimas se configuran a través de semas (unidades elementales de significación) que dan coherencia al discurso. La representación de la estructura de significación pone en evidencia la sintaxis en un esquema lógico de cuatro posiciones ( representadas por las diagonales del cuadro) y dos implicaciones ( representada por las lineas verticales )- en el primer caso los elementos relacionados no pueden coexistir y en el segundo es posible.( tal como aparece en el cuadro )

sábado, 17 de septiembre de 2011

ENTREVISTA: MARTIN PARR Fotógrafo








"Muchas de las imágenes que nos rodean son
mentira"
ISABEL LAFONT - Madrid - 25/06/2008
La obra del fotógrafo Martin Parr lleva décadas retando a quien pretenda interpretarla con un solo código. Ha hecho de las múltiples lecturas su especialidad. Una maestría que ha generado imágenes al mismo tiempo divertidas y dramáticas; poéticas y vulgares.
Parr (Epsom, Surrey, 1952) se hizo célebre en los ochenta con su proyecto The last resort, una sátira visual del ocio de la clase trabajadora con la localidad turística de New Brighton como escenario.
Desde entonces, el fotógrafo, que se autodefine como "comprometido y político", no ha dejado de usar la ironía para lanzar una carga de profundidad contra la cultura del consumo de masas. Prolífico y versátil, miembro de la agencia Magnum desde 1994, ha obtenido el Premio PHotoEspaña Baume & Mercier 2008.
Pregunta. ¿Quiere provocar la sonrisa o el rechazo con sus imágenes?
Respuesta. Yo quiero que mi trabajo sea serio pero también accesible. Que sea entretenido e
inteligente al mismo tiempo.
P. ¿Cómo compatibiliza su trabajo artístico con el más comercial?
R. Soy un fotógrafo muy promiscuo. Hago publicidad, moda, trabajos periodísticos, proyectos
culturales... Puedo estar en la Tate o en periódicos baratos. Lo grande de la fotografía es que es el
medio más democrático y accesible del mundo y quiero explotar todas sus posibilidades. Alta y baja cultura.
P. ¿Cómo lleva su fama de ser una especie de héroe de la clase trabajadora?
R. He fotografiado a todas las clases sociales. La gente presume que sólo he fotografiado a las clases trabajadoras. Ahora estoy con un proyecto llamado Lujo que versa acerca de la idea de cómo la gente exhibe el dinero que gana. He ido a desfiles de moda, ferias de arte, carreras de caballos... Situaciones en las que todos están muy felices de hacer ostentación del dinero que poseen.
P. ¿Qué quiere poner en evidencia tras lo obvio?
R. Trato de poner el dedo en la vulnerabilidad del mundo. Cuanto más avanzamos, más vulnerable es el mundo. Estamos jugando un juego peligroso con el crecimiento económico, las cuestiones ecológicas, ahora mismo los precios del petróleo se han disparado y ello está golpeando las economías.
Es excitante y deprimente. Hay algunas cosas que han mejorado. Es más agradable ir al dentista ahora que hace 30 años, pero en términos generales nos encaminamos hacia situaciones más peligrosas.
P. Pero en sus fotos no aparecen estos dramas...
R. No trato de sermonear. Uso la dramatización que hay en la propaganda que nos rodea. Estamos rodeados de cosas que nos mienten. Si compras comida en un supermercado, la foto del envase no tiene nada que ver con lo que hay dentro. Es una mentira básica a la que estamos acostumbrados. En los folletos de viajes todo parece bonito, pero la realidad es muy diferente. La mayor parte de las fotografías que nos rodean son una forma de mentira. Y creo que es importante que los fotógrafos luchemos contra eso y sirvamos como de antídoto. Yo entiendo las reglas del juego de la propaganda y "Muchas de las imágenes que nos rodean son mentira" las subvierto, las rompo a propósito. Los prejuicios, los clichés, los uso como punto de partida. La
mayoría de la gente no se da cuenta de que está rodeada de propaganda.
P. ¿Y el humor en su trabajo?
R. Es un mecanismo para hacerlo más accesible. El mundo es muy divertido. Una de las pocas cosas en las que los británicos somos buenos -y ya no hay muchas cosas en las que seamos buenos- es el sentido del humor y la ironía. Yo lo uso de manera muy consciente. No quiero tener un públicoelitista. Yo quiero llegar a un público amplio.
P. ¿Cómo mantiene la distancia para no juzgar el sujeto que fotografía?
R. Yo quiero que los juicios los haga el espectador, pero al mismo tiempo mi trabajo es muy subjetivo.
Siempre tengo presente que estoy creando una forma de ficción, aunque esté basada en la realidad. Es una línea delgada la que hay entre las opiniones, prejuicios y sesgos de uno, entre intentar ser objetivo y ser subjetivo. Hay un poco de todo en mi trabajo. Todas estas cosas intervienen. Es difícil establecer diferencias. Es como el mundo: no es ni bueno ni malo, sino algo intermedio. Intento buscar esa ambigüedad entre lo objetivo y lo subjetivo, lo bueno y lo malo, el ying y el yang.





© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200
"Muchas de las imágenes que nos rodean son mentira" http://www.elpais.com/articulo/cultura/Muchas/imagenes/nos...
2 of 2 5/2/10 6:17 PM

Lo que es objetivo hoy puede no serlo mañana"- ENTREVISTA















Paolo Fabbri, Director del Laboratorio Internacional de Semiótica en la Universidad IUAV de Venecia, estuvo el pasado 16 de octubre en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid impartiendo la conferencia inaugural del nuevo postgrado Master en Periodismo y Divulgación. Los principales temas desarrollados en la conferencia, con el título "Enunciación y objetividad en el Periodismo", han servido de fondo para nuestra entrevista con el semiólogo.
—De su conferencia “Enunciación y objetividad en el periodismo”, ¿qué problemas destacaría?
—Por razones misteriosas, que se podrían aclarar, todo el tiempo que se habla de la prensa, del periodismo, vuelve como una serpiente de mar, como el monstruo del Lago Ness, el problema de la objetividad. Es un ejemplo perfecto de una pregunta mal planteada. Si la objetividad es un problema que se establece en torno a la correspondencia exacta entre el discurso y los hechos, la pregunta que se plantea entonces es, ¿qué quiere decir correspondencia?
Y después es necesario preguntarse qué eventos, situaciones, personas, por un lado; y qué palabras, por el otro, forman parte de esa correspondencia. En este sentido, el problema de las palabras, de las situaciones, es un problema de relaciones. Podemos encontrar una palabra que corresponde a un hecho, o bien una frase que corresponde a un hecho, o un artículo de periódico que corresponde a un hecho o bien todo el periódico que es objetivo o bien, aunque es absurdo, podemos pensar que el sistema de la prensa es objetivo.
En el periódico se habla, por ejemplo, de la Guerra del Golfo. Pero se habla también del partido entre Barcelona y Real Madrid. Y, en este caso, la objetividad está en decir que uno ha ganado y el otro ha perdido. La cuestión está en que hay muchas informaciones en un periódico que son objetivas pero no significativas. Si planteamos el problema de la objetividad y la referencia -significativa y relevante-, como una oposición al discurso y al tamaño del texto, no hay solución posible.
—¿Es posible ser objetivo como periodista?
—Es muy difícil, en relación a ciertas informaciones, ser objetivo porque las situaciones están en transformación, lo que es objetivo hoy puede no serlo mañana. Tomemos como ejemplo las situaciones estratégicas. En la guerra, todas las informaciones son falsas, pero al mismo tiempo todas las informaciones de ambas partes son verdaderas, en el sentido de que son útiles para la estrategia.
Pondré el ejemplo de una periodista croata. Los serbios habían bombardeado un puesto croata, pero no lo habían destruido. Ella debía dar la información; si daba la información objetiva los serbios volverían a bombardear el puesto croata, pero al mismo tiempo si decía que había sido bombardeado y destruido, los familias de los soldados croatas se desesperarían. Ella tomó la decisión de dar la noticia de que el bombardeo se había producido.
—En este sentido, ¿qué papel juega la estrategia en la objetividad?
—Mucha información se integra como rumores, como informaciones infundadas, como habladurías. Los medios impresos son víctima de rumores, pero también crean rumores. Por lo tanto, si decir que hoy es 16 de octubre es objetivo pero insignificante. Entonces todas las veces que hay algo de significativo, el problema de la objetividad deviene el resultado de una estrategia, de un conflicto entre posiciones.
Son problemas de conflicto donde aparece la figura de la sinceridad. Hay una diferencia notable entre la sinceridad de las personas y la objetividad de los hechos.
—¿Cuáles son, entonces, las condiciones de sinceridad?
—Por ejemplo, la presencia. De ahí la importancia del enviado sobre el campo. El cronista de guerra se encuentra en dificultad para dar las informaciones, pero está allí. Su presencia es un certificado de sinceridad, de implicación, de riesgo personal que funciona como un simulacro de objetividad.
Un ejemplo: ¿es más objetivo decir “se ha derrumbado el puente” o bien “he visto derrumbarse el puente?”. Porque aparentemente, “el puente se desmorona” es objetivo, mientras que “yo he visto desmoronarse el puente” es una garantía de objetividad usando la subjetividad.
—Aparece ahí la figura del periodista como testigo de los hechos. ¿Cuál es su papel?
—En la Guerra de Irak, el periodista era un testigo muy limitado puesto que dependía del ejército. El problema del testimonio es una forma de objetividad limitada.
Una definición técnica diría que hay diferentes regímenes de enunciación. En el primer caso era una enunciación impersonal; en el segundo era una enunciación personalizada, y por lo tanto una estrategia muy diferente, en la medida en que es creadora de intersubjetividad. Se pueden provocar efectos de objetividad con el máximo de personalidad. Por ejemplo, los testimonios.
De este modo, el conjunto de puntos de vista debería dar un único punto de vista. Sin embargo sabemos que eso no es posible. A pesar de ello, existen estrategias retóricas del periodismo que son estrategias de impersonalización, de personalización, de despersonalización o bien interpersonales.
—¿Cómo funcionan estas estrategias retóricas?
—Esta perspectiva permite ver cómo la frase “el puente ha caído” no crea intersubjetividad, es impersonal. Presupone un contrato donde mi periódico es un periódico serio; por lo tanto, no se tiene confianza en el periodista, sino en el periódico. Mientras que si digo “yo he visto que el puente se ha derrumbado” se tiene confianza en la persona. Se crea una relación muy personalizada, donde, por ejemplo, en Italia los enviados especiales se han convertido en divos, figuras míticas, aventureras…, nada que ver con la objetividad. Es precisamente lo contrario. De esta forma creas, proyectas un simulacro de intersubjetividad. Se proyectan simulacros de relaciones intersubjetivas. No es la correspondencia entre un discurso y la realidad, sino la proyección de contratos de credibilidad.
—¿Cómo separar los “hechos” del discurso?
—En la sociedad contemporánea, los grandes problemas no se encuentran en los hechos, sino en las relaciones. La televisión es un terminal de relaciones, la gente experimenta relaciones. También los medios impresos experimentan nuevas formas de relaciones de credibilidad. En este sentido, tenemos que ver cuáles son las experimentaciones de intersubjetividad y de creencia. Estas experimentaciones no son manipuladoras. Es un problema más importante, porque si pasamos de la objetividad a la subjetividad, a continuación decimos he ahí la persuasión.
—Usted habla de persuasión, ¿qué relación se establece entre la creencia en los hechos y la construcción de los hechos?
—Hay un fenómeno muy divertido en el periodismo: existe una creencia en los hechos y simultáneamente nos encontramos con que los hechos son construidos y transmitidos intersubjetivamente. También en la ciencia ocurre.
En ocasiones decimos que hay construcciones, pero no hay hechos. Sin embargo, lo más importante estriba en que hay hechos y construcciones; yo no soy deconstruccionista, soy construccionista. La instauración de los hechos va acompañada del olvido de las reglas de construcción. Pero al mismo tiempo, quien habla de reglas de construcción es acusado de relativismo. Es un fenómeno típicamente occidental.
—¿Y las falsas noticias?
—Sería necesario estudiar las falsas noticias para ver cómo son construidas, porque muchas veces se construyen exactamente como las verdaderas. Creo que es necesario un desplazamiento en el estudio, porque en la Universidad no se aprende a ejercer como periodista, se aprende a estudiar el discurso periodístico. De esta forma, descubriremos las estrategias que lo acompañan.
Pongamos como ejemplo Furio Colombo, quien realizó una entrevista a Romano Prodi cuando éste accedió al Gobierno. Esta entrevista contaba un proyecto político muy coherente. En cuanto el Gobierno se reunió, Prodi aceptó que tenía una mayoría con tantos conflictos que era irrealizable el proyecto. En este momento, el libro de Furio Colombo está en un depósito de la editorial Bompiani. Era objetivo, pero lo dejó de ser una semana después. Tampoco era una falsa entrevista, aunque no haya sido publicada, pero hubiera devenido completamente falsa. Creo que debemos habituarnos a vivir reconstruyendo en la medida de lo posible las razones de la producción de las noticias.
—Hablemos de la enunciación. ¿Qué relación establece entre enunciación y estrategia?
—Pensar en las relaciones de enunciación y estrategia es importantísimo. Pongamos un ejemplo, el énfasis. La posición en el periódico es decisiva: primera página, las columnas, al final… Por otra parte, encontramos el problema de la atenuación, segunda o tercera página. Las informaciones son objetivas, pero pueden estar en la primera o en la tercera página. Por lo tanto, el problema de graduación de la intensidad de la objetividad se establece en función del contrato de la enunciación. Poner una noticia en tercera página en periodismo, significa que la noticia es verdadera pero menos importante. El problema de la forma del periódico es importantísimo; la tipografía, etc. hacen imprescindible una aproximación semiótica.
—Usted ha estado también en la Fundación Ortega y Gasset hablando sobre “La retórica de las imágenes”. La pregunta que nos planteamos entonces es si es posible aplicar el mismo concepto a la fotografía. ¿Se puede decir que existen imágenes objetivas e imágenes no objetivas?
—Ante el problema de la objetividad de la imágenes tengo la impresión que alguno de los conceptos elaborados a partir de la comunicación en general son válidos, sea para signos visuales que para signos lingüísticos, sea para discursos hechos por las palabras sea para discurso hechos con las imágenes. Barthes señalaba que la importancia de la imagen era el rastro, la señal que dejaba. Es cierto, pero cuando hablamos de objetividad hablamos de significación y relevancia y no de que la foto ha sido tomada en Irak. Está la estrategia de la acotación o el pie de fotografía, cierto. Pero es un caso interesante, porque el pie de página es una ejemplificación de propiedad. De la imagen decimos: esto es relevante. Por lo tanto, la idea interesante es que las imágenes no están allí para reproducir la realidad sino para seleccionar las propiedades relevantes de las imágenes.
—¿Es posible hablar de una enunciación fotográfica?
—No olvidemos que las imágenes dan mucha información, pero en el modo en que viene insertada modifica todo. Hay imágenes que están allí como ejemplificadoras o como simplificativas. Por ejemplo, una instantánea que sirve como documento: “yo estaba allí” dirá el enviado especial. Es una instantánea intersubjetiva. Por otra parte, encontramos imágenes como fotografías de Irak donde se ve un iraquí, en una calle, una típica calle de Bagdad donde no ha pasado nada.
En el ejemplo que poníamos anteriormente, se ve muy bien. La diferencia está en que “el puente se derrumba” es impersonal, de la que se pueden hacer una utilización muy personalizada, “nosotros estábamos aquí, hemos visto lo que sucede”. O simplemente puede estar como una acotación que informa simplemente. Si pones diez imágenes puedes apuntar a la exhaustividad, si pones una apuntas a la representatividad.
Se puede establecer un prototipo de cómo es Irak hoy. El contrato enunciativo es de tipo impersonal. De ahí la idea de que la semiótica es una disciplina que puede estudiar a través de modelos similares y que tiene los instrumentos eficaces para estudiar los discursos/lenguaje y las imágenes.
—¿Cómo se establece el contrato de enunciación en el periodismo?
—Las estrategias intersubjetivas, construidas por la televisión, el cine, el periodismo, la comunicación en general, son propuestas constantes para tomar ciertos roles comunicativos y, por lo tanto, ciertos contratos de enunciación. A través de estos contratos de enunciación vivimos nuestra experiencia. De ahí la importancia del periodismo en la construcción de los efectos de verdad.
Desgraciadamente, funciona a veces como un modelo destructivo. Por ejemplo, en relación al contrato didáctico. El contrato pedagógico es un contrato por el cual debemos estar durante mucho tiempo en un espacio pequeño, hablando siempre de la misma cosa. Por el contrario, el contrato periodístico implica que debemos estar el mínimo de tiempo con el máximo de espacio. Resultado: hay estudiantes que aplican el contrato periodístico en la escuela y afirman: “¿Por qué? ¿Todavía? Siempre lo mismo… El contrato de información de masas se aplica en contextos diferentes. Por ejemplo, la credibilidad del profesor es puesta en duda con Internet. Al mismo tiempo, el profesor sabe que el otro no cree en él. El contrato periodístico, con sus reglas hic et nunc, es un contrato intersubjetivo que viene después transferido en otros puntos.
—Por lo tanto, ¿se puede formalizar un contrato de credibilidad a partir de tipologías?
—Hace poco, un medio italiano ha entrevistado a un viejo comunista que ha visto cómo sus amigos han ido abandonando las posiciones iniciales, cómo han ido desapareciendo los símbolos que él representaba y llega él y dice: “soy un idiota consciente”.
Era una entrevista personalizada, pero en realidad era una entrevista no a una persona sino a un prototipo, entrevista hic et nunc que ha devenido un prototipo. En este caso, la entrevista ha transformado la persona en un prototipo, permitiendo generalizaciones extraordinarias. Era un personaje conceptual. No es que fuera objetivo o no, era que una entrevista intersubjetiva automáticamente había transformado un tipo en un prototipo. Algún otro periodista, lo podría haber hecho por acumulación, entrevistando por ejemplo cien comunistas de toda Italia. Y habría hecho una entrevista objetiva por acumulación, sin embargo él lo había hecho no por acumulación sino por representatividad. Dos estrategias completamente diferentes que nos llevan al problema de la buena factura, de la buena creación, de la buena escritura.
Es tan estúpido pensar que todo es objetivo o subjetivo, naturalista o relativista. El problema de la construcción es inherente a la ontología. Lo que aquí vemos, es una solución de escritura por acumulación o por tipificación de representación.
—¿Y en relación al discurso científico?
—En la relación con la Ciencia, con el discurso científico, aparecen los mismos problemas. Queremos los hechos, la veracidad de los hechos, pero los hechos han sido construidos. De este modo, podemos ver como el concepto de objetividad viene redefinido a la luz de problemas que se plantean. Sin embargo, una pregunta es una respuesta a un problema.
El problema de la objetividad es una pregunta errónea, demanda dar la vuelta al problema, complicar el problema y posteriormente volver a hacer la misma pregunta.
El rigor no está tanto en dar los resultados, sino que puede estar en mostrar el proceso para llegar a esos resultados. De no ser así la objetividad deviene fetichista. Hoy existe una visión fetichista de la objetividad en el periodismo, en las ciencias, etc. Es necesario dejar de ser fetichista.
—Objetividad e imparcialidad en ocasiones se confunden. ¿En qué momento se puede hablar de imparcialidad?
—La imparcialidad es una estrategia del texto o del actor. No es una propiedad de relación entre el discurso y el objeto. Imparcial es el periodista, que dice: “yo estoy aquí, entrevisto a un americano, entrevisto a un iraquí”.
En este sentido, es dominante el concepto de perspectivismo. Walter Lippmann, quién escribió sobre la opinión pública en los años 20, estará muy influenciado por el perspectivismo de Nietzsche -resulta que el secretario de Nietzsche era el hijo de un gran jurista alemán que había escrito un libro sobre la opinión pública-. Por otra parte, encontramos a N. Luhmann y su libro sobre la creación de la opinión pública, quien hablará de la estrategia de la atención, que no tiene nada que ver con la imparcialidad.
En mi opinión, la idea de una imparcialidad es medio tendenciosa. Recuerdo hace años que me hicieron una entrevista para el New Yorker -concretamente en 1989- con las consiguientes preguntas. Días después me llamó un periodista para verificar que lo que había escrito el periodista era lo que yo había dicho. Esto forma parte de una ética interna de verificación y control, que justamente lo que consigue es una garantía de imparcialidad. En este sentido, la verificación del control intersubjetivo, es siempre interesante pero no es una garantía definitiva.
—En estas estrategias de enunciación, ¿cuándo aparece el lado oscuro de la comunicación?
—Toda mi vida he trabajado en torno al lado oscuro de la comunicación. Debemos insistir en que no hay un relativismo de la intersubjetividad, sino que existe un trabajo bien hecho. Frente a verdadero u objetivo, yo digo un buen hecho o hecho bien. Un buen artículo, cómo ha sido bien construido o reconstruido, cuál es su buena forma. Buena y no definitiva.
—Desde el Grupo de Estudios de Semiótica de la Cultura (GESC) estamos trabajando en torno a la relación que se establece entre memoria y construcción del acontecimiento. ¿Cuál es su opinión en torno a esta problemática?
—Para mí el recorrido es así: futuro, pasado y presente. La prensa tiene sin duda un papel interesante en la construcción del pasado, pero sólo es relevante si tenemos un proyecto de futuro que nos haga seleccionar el pasado. Hay más pasado que futuro, puesto que el pasado en nuestra cultura, igual que en la cultura china, es inmenso.
—Desde esa perspectiva, ¿cómo se hace el pasado relevante?
—Es necesario un proyecto que elija, que seleccione. Por ejemplo, las cruzadas. Los árabes tienen una idea clara sobre las cruzadas, pero también debemos recordar que ha habido cruzadas en el norte de Europa. Nosotros sabemos todo sobre las cruzadas del Sur, pero nos olvidamos de las del Norte. Era una cruzada contra los paganos.
En este sentido, el problema histórico deviene interesante sólo si detrás hay un problema actual. El problema de la memoria es un problema interesante sólo si viene acompañado de la torsión de la flecha del tiempo. Mi tesis es que sólo el futuro necesita de la memoria. El presente necesita de la memoria sólo si hay un proyecto.
—¿Qué papel juega aquí la Semiótica de la Cultura?
—En definitiva, podemos decir que esto es un capítulo de la semiótica de la cultura en la medida en que no es historicista. Si uno relee a los semiólogos, véase Greimas, hablaban de un estructuralismo que fuese acrónico pero histórico. Supongamos el periodo feudal, y veamos cómo después ha venido el periodo mercantilista y posteriormente el capitalista. Sin embargo, aún hoy existen manifestaciones feudales que coexisten con manifestaciones capitalistas. Desde el punto de visto histórico estamos en la acronía completa porque hoy hay manifestaciones feudales y manifestaciones capitalistas.
Podemos decir que hay estructuras económicas e históricas que se han sucedido históricamente, pero desde el punto de vista de la cronología, si se toma hoy el planeta, podemos decir que simultáneamente, y por lo tanto, acrónicamente podemos encontrar la realización de fenómenos desde ambas perspectivas. Por ejemplo, el martillo y el cuchillo se inventaron hace mucho tiempo mientras que el ordenador es bastante reciente. Nosotros los utilizamos simultáneamente, acrónicamente, aunque tengan dos historias completamente diferentes. En resumen, debemos decir que hay una historia de las estructuras y una acronía de los usos. El problema de la historicidad no puede ser confundido con el problema de la temporalidad.

© Jorge Lozano/ Raúl Magallón 2007
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero37/pfabbri.html